A manera de prólogo
Esta carta estaba en el buzón de mi casa a mi regreso de Ecuador. Decidí compartirla con el lector, a manera de prólogo de éste trabajo asumiendo un humilde homenaje a mi amigo, el Padre Luis García Pardón.
Mi muy querido amigo.
He dedicado gran parte mi vida a luchar contra la estupidez. Por eso me hice cura. Creyendo que la iglesia era un lugar apropiado para ayudar a la gente. Y no me arrepiento un solo segundo de mis cuarenta años de sacerdocio, porque amo a éste mundo. Tal vez porque no tenga nada más que amar, pues unos gobiernan el mundo, pero otros, aquellos a los que verdaderamente amo, son el mundo y a esos los he comprendido. Sólo por eso los puedo amar.
Hace ya varios días que no tengo noticias de ti, pero tengo la absoluta certeza de que te encuentras bien, tu sabrás cómo y el porqué. No obstante, y dadas las circunstancias, entendí necesario escribirte estas líneas. Tal vez cuando lleguen a tus manos yo no me encuentre en ésta tierra.
Ambos sabemos que los días por venir, amén de aquello maravilloso que se está gestando, no prometen seguridad para nuestras vidas.
Aun habiendo logrado mi Juicio Personal, el recuerdo de mi futura otra muerte me estremece por dentro, tu bien sabes querido amigo, cuán difícil es reconocer nuestros miedos.
Siglos de cultura hacen caer su duro juicio sobre quién se atreve a decirlo.
Más difícil aún es enfrentar al poder, porque nada escapa a su dominio.
La mayoría de los hombres no sabe, viviendo, tener vida.
La gente no vive, simplemente se distrae, asumiendo la renuncia como actitud y la contemplación como destino.
“La mayoría de los hombres no sabe, viviendo, tener vida”
Les ha sido enseñado no saber qué hacer con su vida y así, ajenos a la verdad, se entregan a la divina fatalidad de las cosas, ignorantes de que en sus propias manos está toda la creación, para perfeccionarla.
El destino de los hombres es morir asfixiados por el simple hecho de estar en el mundo sin haber aprobado el desconocido examen que otorga licencia para vivir.
Toda la vida es un sueño.
Nadie sabe lo que hace, nadie sabe lo que quiere, nadie sabe lo que sabe. Porque sólo nos han enseñado a dormir la vida.
El espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente y no precisamente porque piensa. Sin embargo, hay ocasiones en que es malo pensar. De hecho, el propio corazón, si pudiese pensar, se detendría.
Muchas guerras, de una u otra forma siempre han estado impulsadas por ideas religiosas o por el irracional ánimo de imponerlas.
Nunca fui cómplice de la bajeza humana que necesita vestirse de religión para justificar el poder absoluto y la violencia, garantizando el perdón, la impunidad y la justificación de las acciones criminales, convirtiendo a las estructuras jerárquicas de la Iglesia en el centro mismo del poder político y económico que actúa en contra de la propia sociedad que dicen defender.
La degradación humana que desfiló desvergonzada a través de la historia, definitivamente no tiene explicación. Las guerras mundiales, Vietnam, más recientemente lo sucedido en Afganistán, el Golfo Pérsico, los conflictos en África, aquellos que se están gestando en América, y la insostenible situación de Palestina e Israel continúan demostrando que ese poder, que con sangre se alimenta, continúa intacto.
Como sacerdote me opuse a ofrecer la fe como bálsamo salvador de conciencias porque no creo que exista la violencia justa. Con ello me gané la antipatía de la Iglesia, que por suerte se dio por satisfecha enviándome a éstas tierras.
El fenómeno de la dominación, el fundamentalismo y el ejercicio de la violencia sobre los pueblos arguyendo razones religiosas es tan antiguo como la aparición del hombre sobre la tierra. Tal vez anterior a la prostitución (si no se trata de su forma más condenable).
La búsqueda de la justicia entre los hombres es verdaderamente una utopía.
Imaginar que la paz va a ser lograda apelando a la religiosidad es aceptar el engaño del que ha sido víctima la humanidad.
Pero, como has sido testigo, amigo mío, el Gran Espíritu ha vuelto. ¡Ayúdalo!
Porque como ya has podido comprobarlo: Dios es que existamos y que eso no sea todo.
¡Que el Hacedor te cambie los sueños, pero que nunca te prive del don de soñar!
Con esto me despido, aunque sabes que siempre estaré contigo. Tu amigo por siempre.
Padre Luis García Pardón